19 de marzo
La tradición popular imagina a san José en competencia con otros jóvenes aspirantes a la mano de María. La elección cayó sobre él porque, siempre según la tradición, el bastón que tenía floreció prodigiosamente, mientras el de los otros quedó seco. La simpática leyenda tiene un significado místico: del tronco ya seco del Antiguo Testamento refloreció la gracia ante el nuevo sol de la redención.
Hay que decir que José de Nazaret era un hombre verdaderamente normal. Tenía su trabajo, sus ingresos, su casita, su buen nombre, planes y buenos propósitos en la vida. Uno de los rumbos que su vida estaba tomando era el de comenzar a establecer una familia. Para ello, estaba ya desposado con una joven de Nazaret. En el matrimonio judío los “desposorios” son la primera parte de un verdadero matrimonio aunque en la continencia a la espera de vivir juntos.
De un día para otro, recibe una noticia y parece que la vida le hace una mala jugada. María está embarazada. Aunque no dudaba de su integridad, pensó “repudiarla en secreto”. Siendo “hombre justo” no quiso admitir sospechas, pero tampoco avalar con su presencia un hecho inexplicable. La palabra del ángel le indica el camino a seguir.
Así él “tomó consigo a su esposa” y con ella fue a Belén para el censo, y allí el Verbo eterno apareció en este mundo, acogido por el homenaje de los humildes pastores y de los sabios y ricos magos; pero también por la hostilidad de Herodes, que obligó a la Sagrada Familia a huir a Egipto. Después regresaron a la tranquilidad de Nazaret, hasta los doce años, cuando hubo el paréntesis de la pérdida y hallazgo de Jesús en el templo.
José es quien transmite a Cristo su ascendencia y genealogía y con ello la descendencia de Abraham y la de David junto a las promesas del reino mesiánico y eterno. (cf Rm 1,3; 2 Tm 2,8; Ap 22,16). José, como padre del recién nacido, le circuncida al octavo día y le impone el nombre de Jesús, que era un derecho inherente a la misión del padre.
Es el santo del silencio. Solo en el silencio amoroso es desde donde se puede contemplar el misterio más trascendente de la redención, de un Dios que por amor se ha hecho hombre como nosotros. José supo escuchar mucho y hablar poco, escuchar y ponerse en camino, por eso es el santo modelo de la fe, porque supo esperar contra toda desesperanza, por la fe aceptó a María y por la fe aceptó ser padre en esta tierra de Jesús hecho niño.
El Evangelio parece despedirse de José con una sugestiva imagen de la Sagrada Familia: Jesús obedecía a María y a José y crecía bajo su mirada “en sabiduría, en estatura y en gracia”. San José vivió en humildad el extraordinario privilegio de ser el padre putativo de Jesús, y probablemente murió antes del comienzo de la vida pública del Redentor.
San José es Patrono de la Iglesia Universal porque a él se le encomendó el cuidado de Jesús hecho hombre y el cuidado de la Virgen María, y es patrono de todos los bautizados porque cuida desde el cielo por cada uno de nosotros que le hemos sido confiados.
Su imagen permaneció en la sombra aun después de la muerte. Su culto, en efecto, comenzó sólo durante el siglo IX. En 1621 Gregorio V declaró el 19 de marzo fiesta de precepto (celebración que se mantuvo hasta la reforma litúrgica del Vaticano II) y Pío IX proclamó a san José Patrono de la Iglesia universal. El último homenaje se lo tributó Juan XXIII, que introdujo su nombre en el canon de la misa. Actualmente le recordamos y celebramos el 19 de marzo.
Agradezcamos a Dios por el ejemplo callado y eficaz de quien, por su humildad y obediencia, fue digno de ser llamado padre de Jesús. Imitemos su ejemplo de docilidad y adhesión a la Voluntad de Dios. Pidamos a él su intercesión para que nuestra vida siga los mismos derroteros de fidelidad y entrega al Plan de Dios.